Aquel atardecer era el día señalado;
una amiga, Albita, nos iba a acompañar.-
Caminábamos los tres, sin conversar;
oscurecía un azul arrebolado.-
Llegamos al fin al baldío abandonado;
chircas, tártagos, rumor de mar;
y esperamos la noche para consumar
lo que fue primera nostalgia de enamorado.-
En la esquina, vigilando, se quedó la Albita;
emocionada de audacia, desfalleciente;
la voz precipitada cuando va y nos grita:
“¡Ahora! ¡Dale ahora que no hay gente!”
Bajó sus pétalos mi Margarita
y dejé en sus labios un beso, aún latente.-